Píldoras de Historia

Historia de bolos de 1907

02/09/2018

Escenas lebaniegas

Arriba está

I

Los jugadores de Mogrovejo venían desde largo tiempo molestando con sus bravuconadas a los de Cosgaya. Tanta confianza tenían en el pulso, se reunían cuatro mozos tan bien entrenados, que era dificilísimo por no decir imposible arrebatarlos la hegemonía reconocida que los proclamaba como reyes de los bolos en el histórico Valle del Subiedes.

En Cosgaya se contaba otro partido muy decente. Cencio, Cote, Facio eran de juego muy seguro y aunque Lipe fallara de vez en cuando en sus jugadas, pues solía escurrírsele algún conejo, al mejor jugador se le va, esto no significaba nada ante la potencia de su brazo y su elegante juego.

La seguridad de la victoria, el triunfo alcanzado en otras lides de bolos, cegaba de tal modo a Mogrovejo que a veces les impedía reflexionar sobre el valer de sus adversarios; otros se atemorizaban porque veían en ellos unos competidores temibles; sin embargo ellos eran los bravatas y los otros los callados, teniendo en cuenta que eran bravatas dichas en el su terreno, publicados en alta voz entre los suyos, a escondías, pues nunca sus enemigos hubieran aguantado las indirectas, claras. De aquí provenía la toma continua que les traía a mal traer, eran partidos amigos con amistad de labios afuera, huían de declararse individual guerra, pero era voz pública que deseaban terminar de una vez tan inseguro pleito, ansiaban medir sus fuerzas encontrarse frente a frente y luchar como leones en defensa cada cual de su amor propio, primero; colectivamente por el honorcillo de una aldea que siempre gusta quedar por encima de otra de la su clasi pues en esta Liébana de mis pecados, es tal la solidaridad existente entre los vecinos que componen un pueblo, que toda cuestión particular de paz o guerra con forasteros, se generaliza tomándola con calor el pueblo entero.

Como en los ánimos de todos estaba en efervescencia la idea de un desafío, bastó un ligero chispazo para divorciarlos bolísticamente y arrojarse el guante que presto había de recogerse por la parte contraria. Hallábanse en Camaleño, una tarde de agosto vecinos de Cosgaya que habían bajado al ayuntamiento por un asunto que no es el caso mencionar, entre ellos se encontraba Lipe, cuando acertaron a entrar en el establecimiento donde se hallaban tres mozos de Mogrovejo que regresaban de Potes de una entrega de ganado vacuno.

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-¡Buenas tardes, chachus!

-¡Buenas las tengáis, Mogrovejo! Este Mogrovejo final fue pronunciado con una caída de frase tan expresiva, que los otros, dándose por aludidos, contestaron:

- Y sí señor, a mucha honra, pa eso semos lo más florecíu del valle en todos los conceutos.

- Echá pá tras, no us quemeis, que al paso que vais va a ser precisu ponerus en una urnia, -dijo el tío Valentín con cierta sorna.

-No allegaremos a tanta santiá, tío Valentín, pero hoy por hoy no se arreúne en tou Cosgaya, ni han nacíu los que juriaquen el ite de nuestro pueblu.

- Esu, allá se verá, lo que us digo yo, un vejete con experiencia, que vos subís mucho y que pronto llegará el día en que los mozos de Cosgaya paseen las calles de Mogrovejo sin que nadie les rechiste.

-¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!... y esu ¿cuándo será?; no sois tan majos, dicen.

- No ha de tardar muchu, y si no, aquí está Lipe y os dirá lo quel otru día tratamus en el Conceju.

En efecto, allí estaba Lipe, a quien le ardía la sangre desde que vio llegar a sus adversarios y bastó la indicación del tío Valentín, para que acercándose a ellos les dijera, entre febril y confuso.

-No sus he de faltar al respeuto en nada, peru como tanto eis retinglao por tou el valle que si nusotros éramos esto y lotru, lo más acertau es pensar en arreunirnos para que sin emponderancia desenredar este ovillu. Siempre hemus sio amigos, y si hoy somos como el perro y el gato, es sólo por la cuestión de los bolos. Antier juntos en conceju en Cosgaya, acordó el pueblu proponeros a vosotros el desafíu y pagar a nusotros, a los mozos que juguemos, por si perdiésemos, el valor de la apuesta.

-Mira, Lipe –contesta uno de Mogrovejo-, yo no soy naide, pero si lo juera y puesto que as tratau la cosa sin ofensa para dinguno, aceptaríalo tal como lo propones...

- ¡Concho! –lo interrumpe Lipe- pus díselo a los del tu pueblu.

- Pos se lo diré, y a güen seguru que el aquel no ha de tardar.

En efecto, días más tarde se reunían en una casa de Bárcena varios mozos de ambos pueblos, dispuestos a acordar las bases a que se habían de sujetar para el mejor orden del desafío; después de una no pequeña discusión quedaron aprobadas las siguientes:

Los jugadores serían cuatro de cada bando; se jugarían dos partidos, uno en la bolera de Mogrovejo; otro en la de Cosgaya; en caso de empate tendría lugar el decisivo en la de Baró; se apostaban un carnero y cuatro cantaras de vino a 16 reales. Había otros varios acuerdos que no cito por ser accidentales y por no hacerme pesado en esta a manera de narración. Como los partidos habían de verificarse en dos o tres días de fiesta consecutivos, llegó el primero entre la natural impaciencia de los pueblos contendientes y la curiosidad de los demás del Valle. Fue en Mogrovejo, nunca he presenciado en esta clase de espectáculos mayor ardor entre los combatientes, mayor interés entre los espectadores. Y, ¡vaya! si merecía el interés que despertaba, como que se jugaba dos partiditos, que digo partiditos, tremendos cachos de partidos, uno fuerte y robusto, otro bien amaestrado; uno fiado en el pulso y excelente brazo, otro en sus ensayos y jugadas ratoniles, ambos perfectos, con deseo vehemente de acometerse y destrozarse. Están los ocho jugadores en la arena y sólo se percibe un leve cuchicheo de frases no acabadas; cualquier ciego que casualmente por allí pasara, nunca creyera que a dos pasos suyos se estaba realizando un acto de tanta trascendencia; las voces de arriba, yo tiro, por fuera, adelante, de bolos, birla tú, premio, seis y treinta y seis, etc., eran las solas escuchadas; ante la igualdad de fuerzas nadie se aventuraba a hacer pronósticos. Esta primera tarde fue desgraciada para Mogrovejo, no le valió ni un emboque de afuera de Quico, ni lo seguro que estuvo toda la tarde Fonso. Una bola quedona en el último juego, tirada por Geñón, que había cruzado el éter ligera, retorneada al pulgar y bien dirigida, dio en el primer bolo de la calle de afuera, se enredó en el casco con mucha leña y sólo tuvo fuerza para llegar al pie del cuatro, sin tocarle, dio el triunfo a Cosgaya. Para mayor desgracia, a Lipe el chumbón, se le escapa una bola con tal acierto dirigida que dio contra el pinador, dejándola de bolos ¡y no fueron más que siete bolos los que aprovechó! Para consuelo y hasta por deber hacia los perdiciosos, me toca decir que la derrota no tuvo nada de vergonzosa; todo lo contrario fue laureada, buena prueba es que el papel Mogrovejo alcanzó gran altura y sólo les faltó una mijitina de suerte para hacerles morder el polvo a los de Cosgaya. La suerte favoreció a sus enemigos y...

No sólo cabizbajos, hasta desalentados, se retiran los de Mogrovejo a sus casas a llorar en silencio su derrota y dejar la calle libre a los gananciosos que se pasean por ella ufanos y cuasi locos con su triunfo, cantando en medio de gran algarabía y dando cada berríu que a no obrar con prudencia los del pueblo, se arma en el mismo una que ni la de San Quintín.

¡Y se cumplió la predicción del viejo tío Valentín, la que vaticinó en el establecimiento de Camaleño pocos días antes!

 

II

A los siete días de ocurrido este primer lance, después de almorzar y con una tarde de primavera, salen de Mogrovejo con las blusas al hombral, unos cuantos hombres, entre los cuales van los perdiciosos de el anterior domingo. Se dirigen a Cosgaya a reconquistar en noble lid, su nombre echado a tierra, doloridos por el desastre pasado sienten el acicate de la ira, se han crecido al compás de los obstáculos surgidos, van enteramente confiados; prometen hundir en bochornosa derrota a sus contrarios.

Al llegar a Cosgaya, oyen la campana de la iglesia llamando a los fieles al santo ejercicio del Rosario y todos penetraron en el sagrado lugar.

Nada notable ocurre durante el rezo sólo he de mencionar el profundo recogimiento con que acordes respondían a las palabras del sacerdote. Geñón de Mogrovejo, el mozo más fornido de los ocho luchadores, no quitó ojo del altar donde se venera la Virgen; parecía ensimismado en sus pensamientos; la fe con que pedía a la Santa Madre el triunfo de los de su pueblo, sólo puede tener comparación con la del estudiante en vísperas de examen, pidiendo la aprobación de sus asignaturas.

Sombreada por diversos árboles aparece la bolera de Cosgaya y a ella se dirigen terminada la religiosa práctica. Los partidos que en esta tarde se jugaron no fueron pródigos en incidentes; los del pueblo confiados en su valer, creyendo que el ganar a Mogrovejo era lo mismo que comerse una docena de sardinas de una sentá, estuvieron flojos dándose el caso particular de Cencio el premiador no les favoreciera con un solo emboque. Por el contrario, Mogrovejo, hizo una lucha que se puede calificar como colosal; sus jugadores atacaron con firmeza tan constante que supieron colocarse a la altura de los grandes campeones; caían bolos sin sentir; el cuadro donde se hallaban formados en sus tres rigurosas líneas semejaba un campamento bombardeado; esto y dos premios de afuera de Geñón inutilizaron por entero la defensa de Cosgaya quedando, al fin, éstos maltrechos sin haber podido saborear un solo juego. Y he de advertir que a tal desastre es ajena la complicidad de Lipe el de los conejos pues estuvo hecho un héroe toda la tarde, alcanzando su nombre a una altura inconmensurable y manteniéndola a pesar de los certeros golpes del bando mogrovejino. Los forasteros obrando correctamente, dando pruebas de sensatez y cordura, se retiran de la bolera, sin provocar con gritos extemporáneos la ira comprimida de los indígenas, no encontrando éstos en su acertada conducta, en su noble actitud, nada que diera lugar, que ocasionara la inevitable consecuencia de la represalia. Equilibrados ambos bandos, habiéndose apuntado cada uno de ellos un partido total a su favor, no hubo otro remedio que decidirse a jugar el último y sensacional, en la neutral bolera de Baró.

Entre repleta fronda, animada por algún que otro jayo o miruello, que posa en las ramas de nogales, alisas o chopos, descuella la bolera de Baró, nuevecita y bien arreglada, gracias a la esplendidez de don Vidal Pesquera, generoso amante de los recreos lícitos de su país, espaciosa y alegre, con la alegría que la presta el susurro del agua límpida que baña su cimiento.

Este es el campo de batalla donde se ha de librar la más denodada que los habitantes de Valdebaró presenciarán en sus días; éste es el campo de honor donde ha de sucumbir el del uno de los contrincantes. Anímase por momentos el lugar del emplazamiento, son las dos y ya se halla rebosante de curiosos, desde Espinama y pueblos que beben el agua gracial [sic] del puerto hasta Turieno, que respira ondas de aire con efluvios de villa, no falta uno que no aporte nutrida hueste.

" Vale más ver que preguntar" decían algunos y a fe que el refrán lo cumplían sobradamente bien.

Termina el rosario en la vecina iglesia y de la religiosa ceremonia sale gente a borbotones, aposentando en la bolera donde algunos riñen por haberles desalojado de un sitio que anticipadamente había ocupado. Concurrencia numerosísima; chiquillos a granel, estorbando en todos lados por querer ser los primeritos acá y allá; viejos, no faltaba uno, gloríanse al contemplar las luchas de jóvenes, que hacen reverdecer su ánimo en recuerdos de las luchas de antaño; mozas asisten no pocas deseando presenciar la habilidad de los del sexo fuerte.

¡Quién sabe si alguna llevaba algún interés por medio!

¿Sería extraño suponer que entre tantas, no hubiese alguna herida por alevoso flechazo del picaresco Cupido, que asistiera al acto, movida tan sólo para cerciorarse por sí propia del valer de su amigo?

Mas torceré el rumbo de mis reflexiones pues ya veo alguna cara, tinta en carmín, mirándome con piedad y pidiendo por favor no descubra sus secretillos ¡miedosas! ¡cual si fuera vergonzoso querer a un mozo, máxime siendo el favorecido un buen jugador de bolos!

Van entrando al prolongado rectángulo los jugadores en conversación intranquila con los de la parte afuera; a las palabras de ánimo que les son dirigidas contestan balbucientes y apocados, no por creerse decaídos ante la lucha, sino por inseguridad de su resultado; arrojan sus chaquetas o blusas contra el césped y se aprestan decididos al choque.

De los ocho, siete visten pantalón remontado y calzan alpargata blanca, faja negra de algodón y usan boina sin distintivo. Algunos llevan cordón labrado a capricho, pendiente del cuello, con el que sujetan niquelada muestra.

Sale una autoridad del pueblo, al centro, arroja de la bolera a los sobrantes y tira al alto la clásica onza (sin duda falsa) pronunciando la no menos famosa frase de ¡arriba está! Aquélla al caer en cruz da la raya a Cosgaya y tiro a Mogrovejo. Es un momento interesante; la ansiedad embarga al público; semeja el comienzo de formal batalla en que las huestes de los ejércitos beligerantes, están equilibradas. El jurado toma asiento a un lado, frente a la caja de bolos, junto al apuntador que oye zumbas para que no se equivoque. Solo circulan por la bolera los dos chicos pinadores. Los que van al tiro, tantean las bolas, las pesan y sopesan y al fin escogen las más apropiadas a su desarrollo físico, a su mayor o menor brazo. Geñón se queja de que tienen poco peso, mas el jurado dice que son de reglamento. Otras varias protestas se hacen que no son admitidas porque todo se halla bien previsto y nada existe que pueda favorecer o perjudicar a ninguno de los bandos contendientes.

Los de Mogrovejo señalan el último tiro a estas primeras de cambio; todos son de brazo largo y aun el último les parece corto; en Campo Mayor (Aliva) les otorgo de antemano la primacía.

Cosgaya marca raya al ras de los bolos. Tiran los primeros con su firmeza habitual, birlan seguido y el apuntador canta 39 tantos. Va al tiro Cosgaya y con un juego aplicado hacen 34. La segunda parte favorece a Mogrovejo que se apunta primer juego. Tras éste va el segundo que también se apunta con relativa facilidad logrando por tanto primer partido.

Más en el segundo otorgado a Cosgaya después de un juego animado que adornó un premio del medio de Geñón y otro de afuera de Lipe. Este partido mereció los aplausos de los espectadores y ahora que me acuerdo de ellos bueno es decir que el círculo de curiosos se fue ensanchando poco a poco, formando un abigarrado conjunto, cubriendo ya todo el terreno útil encerrado entre la carretera y el río. ¡Y que no daba brillantez a tan solemne acto un grupito de simpáticas mozas, airosamente vestidas con su delantalito dominguero y su pañoluco de seda de color, echado atrás, descuidadamente cubriendo en vez del cuello o cabeza parte de la espalda!

La lucha sigue cada vez más empeñada, no de cansancio, cual creyera, sino de entusiasmo veo impresionados los semblantes; cada minuto levanta un punto el ardor de los interesados; cuando vuelvo de mi distracción con el honorable público, la honrada masa expectante mantenida imparcial ante las jugadas que presencian, ya están juego a juego en el último partido. Y vamos al último juego, el decisivo, al que era negada toda apelación, el que hundiría, haciéndole pasar por el amargo trance de la derrota inevitable, la fama de uno de los bandos encontrados.

Al echar arriba, tócale raya a Cosgaya y tiro o mano a Mogrovejo: las bolas que cruzaban el espacio, ligeras, impetuosas, dando vueltas sobre sí por los raros efectos comunicados por el brazo vigoroso de excitado adalid, al caer en la caja o cuadro de bolos, chocaban, unas con ruido monótono retorciéndose entre ellos y echando a tierra bolos sin cuento, siguiendo después impávidas su camino como si de tal asolamiento no fueran ellas causa; otras al chocar retrocedían como espantadas, no faltando alguna que fue a parar a los pies del mismo que la había tirado; otras seguían veloces hasta pegar contra la pared opuesta; las más se revolvían entre los bolos perdiendo poco a poco fuerza quedando paradas entre ellos o muy cerca de los mismos. Nunca vi tal unión de fuerza puesta al servicio de una habilidad grande. El pueblo se animaba por momentos; ya no era posible poner coto a su instinto de gritar; levantados aclamaban con ardor toda buena jugada, mientras los jugadores, exaltados y picados en su amor propio, levantaban las bolas a extraordinaria altura y cuanto más exaltados, en vez de desacierto, mejor apuntaban y medían los terrenos. Apurados están y nada envidiable en su situación. Algo desesperanzados van al tiro sus jugadores y bien se nota en sus semblantes que no las llevan todas consigo; tiran tres y a pesar de las malas ideas que tratan de infundir a las bolas no quieren serlo para Mogrovejo; sólo falta Lipe y a este todos le descartan como incapaz de emboque. Cunde el desaliento; ya muchos espectadores, vistiendo sus chaquetas, toman rumbo hacia sus respectivas aldeas cuando algo inesperado ocurre pues todas las miradas se dirigen hacia el campo abandonado. Es que Lipe premió de afuera y el partido está asegurado a favor de Cosgaya. ¿Y cómo premió? Pues sencillamente, lanzando una bola a rastras, muy desperdigada pero con mucha suerte. Ello fue que al tropezar en una piedrecita, volvió horizontal, tomando la derechura al cuatro, al cual tiró sacando el imprevisto emboque que, dejando atónito al público, de tal manera aterrorizó a Mogrovejo. Fue un momento de profunda sensación. Les falta para terminar 17 tantos, que resultan, por consiguiente, a dos por bola y una a tres y ya frenéticos no saben cómo juegan; quieren tirar bolas a la par como si el partido fuera pan comío; la cuestión fue que en medio de un griterío ensordecedor tan desatentamente lo hicieron que dejaron a la última bola, por fatal desgracia de Lipe, dos bolos para ganar y uno la iguala. Este, medio loco, después de tanto abrazo y felicitaciones que premiaron su emboque, con la cabeza caliente por su heroicidad pasada, estaba tan nervioso que bien excusable fue su desacierto. Resultó que al birlar su bola, ¡síntesis de tantos esfuerzos!, unos que a la calle del frente, otros que a la del medio, los más que a la del perro, le aturdieron y embrollaron de modo tal, que birló un conejo más vivo que un lince, más salado que la estatua de la mujer de Lot, tan bien asegurado que por poco no rompe las piernas de varios, próximos a la caja de bolos, formando corro para mejor presenciar tan inesperado desenlace. Al conejo sucedió una revolución en pequeño, voces, chillidos, ujujús, insultos, prontamente apagados; el caos vino a coronar la fiesta, a resolver disputas que todavía persisten; todos gritan y nadie se entiende, metidos en laberíntica porfía; los dejo y al lector probo recurro para que él dé su opinión o adjudique el triunfo a quien mejor le parezca. Los de Cosgaya piden Reglamento del juego de bolos, que prohíbe molestar a los jugadores y como al birlar Lipe le dieron, aunque suavemente, en el brazo desnivelándole, se deduce… Mogrovejo se atiene a los hechos.

¡Ah! se me olvidaba: si al lector, en vez de presentarle como bandos opuestos, a los de Cosgaya y Mogrovejo, le parece mejor modificarlo en sentido de ser otros pueblos diversos los interesados en la porfía, por ejemplo Tresviso y Avellanedo, le doy mi asentimiento para que realice cualquier combinación que a bien tenga hacer.

Carlos García Martínez

Sevilla 1907

Publicado en La Voz de Liébana, en sus números del 10 y 20 de enero de 1908.


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