Píldoras de Historia

El crimen de Potes

24/02/2018 (añadido el último párrafo el 7/3/2021)

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Con este título comparte la Fundación Joaquín Díaz en Wikimedia, entre otras grabaciones folclóricas, un cantar grabado en Cervera de Pisuerga en 2009 a la panderetera Asunción García Antón [ Ver]. En él se dan datos que nos han permitido comprobar que los hechos que narra ocurrieron en realidad. Lo vemos.

Como se dice, fue un 6 de septiembre y en el "distrito de Potes". En concreto, los hechos tuvieron lugar el sábado 6 de septiembre de 1889. Aquel día, Luciano Parra, viudo, vecino de "Aciñaba", partió, como hacía todos los años, hacia Cervera de Pisuerga para acudir a su feria. Iba a vender trigo y, además, ese año tenía que comprar una pareja de bueyes para una vecina. Sin embargo, nunca llegó ya que en el "sitio de la Llana de Valdeprado, fue asesinado y robado".

Según publicó unos días después el periódico santanderino El Atlántico «El cadáver fue hallado en la mañana del domingo en un talud de la carretera con señales evidentes de haber sostenido lucha, teniendo la cabeza destrozada y dos puñaladas en el cuello. El carro apareció volcado doscientos metros más arriba; su carga, consistente en sacos y varios efectos, diseminada por la carretera y la pareja de bueyes en el fondo del arroyo. Sobre el interfecto se halló una bolsa vacía en que llevaba unos dos mil reales con objeto de comprar en Cervera de Río de Pisuerga otra pareja.»

Otras informaciones de los días siguientes hablaban de que el lugar de los hechos fue el despoblado de Trasierra y de que lo robado ascendía a 425 pesetas (325, en la noticia de El Día), señalando que, tras matarlo, «después de conducirlo a un precipicio, lo arrojaron los criminales por él, lanzando detrás el carro, salvándose el ganado, que quedó detenido en un árbol». Y daban cuenta de la detención como sospechosos de dos convecinos, uno de los cuales, Ángel Cabo Gómez, se declaró único autor del crimen. El otro debió ser su padre, que quedó así exculpado.

Al mes siguiente, el 25 de octubre, El Correo de Cantabria publicaba que el fiscal pedía la pena de muerte para Ángel Cabo por robo y homicidio.

El juicio, con jurado, se llevó a cabo entre los días 16 y 19 de abril de 1890 en la Audiencia de Santander y fue seguido con todo detalle por el periódico El Atlántico. Podemos saber así que el acusado declaró «que el Parra estaba enemistado con él y que le había denunciado a la guardia civil»; que, cuando se enteró de que Luciano había salido para Cervera, cogió un palo, «según costumbre del país», y fue tras él «separándose de la carretera para que no pudieran verle y se lo contaran a su padre»; que cuando le alcanzó, en el pueblo de Trasierra, «le dio las buenas noches y le pidió una satisfacción por haberle calumniado de ladrón; le vio sacar una navaja del bolsillo, fue acometido por el muerto, se defendió con el palo y retirando el cuerpo, pudo manejar bien el palo y con él le desarmó, le tiró al suelo de un garrotazo y le arrastró por el pantalón hasta el talud, tirándole piedras a la cabeza, y cogiendo del carro cincuenta duros después de haber cogido la cartera del Parra que se había caído en la carretera, los cuales cincuenta duros, envueltos en un trapo, estaban dentro de un zapato escondido entre la yerba». Cinco pesetas se las dio a un amigo a quien se las debía y lo demás lo escondió aquella noche en su casa. A preguntas de la defensa precisó que aquel día su padre estaba muy disgustado con Parra, por los frutos de una finca; que no sabía que llevara dinero; «que no llevaba intención de robarle sino de pedirle explicaciones por los agravios; que no registró los bolsillos de Parra; que no tuvo precisión de hacer violencia para coger los cincuenta duros».

Los sucesivos testigos presentados, entre los cuales figuraron Teresa y Serapio Parra, hijos del difunto de 17 y 13 años, confirmaron, entre otras cosas, que se sabía que Parra iba a Cervera todos los años y las enemistades entre los Cabo y Luciano Parra.

El fiscal, en su informe, se ratificó en su petición de pena de muerte, mientras que la defensa, un joven abogado del turno de oficio, incidió en que el móvil no fue el robo, matando para llevarlo a cabo, sino que al pedir explicaciones Cabo a Parra se originó una disputa que acabó con la muerte de éste.

El veredicto del jurado siguió en todo las tesis del fiscal, considerando, por tanto, culpable a Ángel Cabo. El abogado defensor intentó, entonces, antes de que el tribunal de derecho dictara la sentencia, que se desestimara la existencia de los agravantes de premeditación y alevosía, pidiendo que la sentencia fuera de cadena perpetua. Sin embargo, no sirvió de nada y el tribunal condenó al acusado a la pena de muerte, sentencia que éste escuchó «sin que una sola contracción de su cuerpo denunciase impresión alguna, ni aun en el momento fatal en que la palabra muerte llegó a sus oídos».

Cuando, unos meses después, ya se preparaba la ejecución, que iba a tener lugar en Potes, en La Serna, donde se instalaba ya el garrote, el 24 de noviembre, la reina regente, María Cristina de Habsburgo-Lorena, «en conmemoración del aniversario de la muerte de su malogrado esposo», concedió el indulto a Ángel Cabo, que había sido solicitado, entre otros muchos, por el Ayuntamiento y el clero de Potes, conmutando la pena de muerte «por la inmediata», que era la cadena perpetua. Según se decretó, esta pena sería cumplida en el penal de Ceuta.

Este caso fue tan famoso en su tiempo que también ha quedado recogido, sin mencionarlo explícitamente, en el relato del célebre escritor José María de Pereda titulado "El reo de P...". Escrito en enero de 1898, puede leerse, tal y como fue publicado en la revista "Hispania", de Barcelona, en 1899, en la Biblioteca Virtual Lebaniega.


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Biblioteca Virtual Lebaniega

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