Píldoras de Historia

Vendimia y orujo en 1926

10/11/2018

En octubre de 1926 el periódico santanderino "La Atalaya" publicó, bajo el título «Potes y los Picos, vistos desde la viña de "D. Pepito"», el siguiente artículo firmado por "Acevedo", uno de los organizadores de la Vuelta Ciclista a Cantabria celebrada unos meses antes, a la que se alude al final del texto:

«Liébana huertana. Potes vinícola.

Estos dos aspectos agricultores son dos emporios de riqueza en la Montaña y ambos apenas conocidos. Nuestras andanzas por tierras montañesas, de las que hemos podido recibir sabias enseñanzas de lo que es y lo mucho que vale el suelo cántabro, nos han descubierto la huerta lebaniega y el vino de Potes. Expiraba septiembre y nos vimos en la capital de Liébana. Coincidimos con las célebres vendimias. Jamás habíamos visto la recolección del vino. Jesús Fernández, nuestro amigo bueno y siempre atento en todo momento, nos cogió una vez más por su cuenta, y nos descubrió todos estos arcanos de Liébana, mostrándonos tal y como ellos son, llenos de curiosidades y encantos.

- ¡Arre, Romerooo...!

Chirrían, cansados, los ejes de los carros que desde el alba hasta la puesta del sol van y vienen de la viña al almacén y del almacén a la viña, una y cien veces.

- ¡Arre, Tordillaaa...!

En los labios del carretero va desgranándose perezosamente una coplilla lugareña, mientras que calle del Doctor Encinas arriba marcha con paso tardo y cansino la yunta, arrastrando la preciosa carga, cuidadosamente cortada de la viña de don Pepito.

Gotea el carro un fuerte líquido rojizo. Es el caldo. Y en su goteo va construyendo una negruzca senda sobre la blanca cinta de la carretera. Jinete, de un cesto, un rapaz, con cara de pillo, come uva y al comerla va pintándose la cara.

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Chus organiza una excursión al llano de Sobredías. Este llano es el "pago" de don Pepito, padre de Chus, donde se hace la recolección de la uva. Se nos complica a nosotros y entran en la complicación Pepe y Luis Fernández, Arango y Germán. Unos pichones y unos huevos envueltos en jamón -pues tales eran las tortillas-, dos pequeñas hogazas y media cántara de rico Liébana, nos acompañan en la visita al fértil "pago". Y en tan agradable y nutrida compañía arribamos al llano de don Pepito, desde el que dominamos Potes como si le tuviéramos a nuestros pies. La gente trabaja y no por eso se priva de sus coplillas y de sus romances truculentos.

Van los cestos llenándose de racimos y racimos de fresca y jugosa uva. Nosotros, junto a la caseta del "pago", improvisamos una mesa a la sombra de un alberchigal y nos disponemos a dar cuenta de la menestra... mientras que los demás trabajan. En frente, en una enorme y lejana ladera, cuajada de cepas, con sutiles festones blancos, formados por las hileras de vendimiadoras, se trabaja ahincadamente. Es la viña de los Palacio. Arriba de nosotros, casi en el monte, "Caetano" arranca de su "pago" de "Valcao" el jugoso fruto. Y así, sucesivamente, se trabaja en todas las viñas que alcanzan a ver nuestros ojos, maravillados ante aquella grandeza de paisaje lebaniego.

"No vayas, hija, no vayas
que te van a conocer,
que tienes el pelo largo
y dirán que eres mujer".

Desfilan las vendimiadoras a la puesta del sol. El absurdo romance, el imprescindible romance truculento se apodera de la viña en boca de aquella buena gente que, terminada su faena, empieza a distribuirse en grupos camino de sus hogares. Súbitamente y del coro, sale una voz atiplada recordando el lugar donde estamos. Esta canción, estilizada y sencilla, emociona más, mucho más, que aquellas cuartetas absurdas del grotesco romance de perra gorda, musicado ramplonamente, que habla de una tragedia ridícula y sensiblera.

La coplilla de aquella rapazuela vivaracha estaba a tono con el lugar y el ocaso del sol, venciendo sobre las truculencias del romance. De la viña de los Palacio rivalizan con tonadas. Tienen estas tonadas montañesas el encanto de ser más bellas cuanto de más lejos vengan. Y arriba, de "Valcao", otra tonada. Y del llano otra tonada. Y así, en este ambiente francamente montañés, nos vemos en La Serna envueltos en las primeras sombras de la noche.

A lo lejos el tonillo de las canciones, los ijijús de los mozos, el leve rumor del Quiviesa que marcha a encontrarse con el Deva, bajo el puente, forman el encanto de esta tarde bucólica, de recio sabor montañés, en la sin par Liébana.

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En la "tasca" de Martín se nos agasaja con mosto. Todos lo toman con prevención. Chus apenas si lo prueba. Amador anda a medias. Nosotros ignoramos si puede o no puede hacer daño. Lo catamos y, al gustarnos, apuramos el vaso.

Momentos después, y por entre encrucijadas de retoría y entre sombras, avanzamos a tientas siguiendo un punto blanco que nos precede. Martín va en mangas de camisa y hace de "ciceronne". Llegamos junto al Quiviesa y nos detenemos ante una puerta, por donde un ligerísimo destello de luz se escapa envuelto en bocanadas de humo, producido por una fogata de añosos leños.

Un antro, completamente un antro, con visos de infierno, hubo de parecernos aquel lugar. Del marco de la puerta pendía una fuerte cadena que se amarraba por el otro extremo a una enorme caldera, asentada sobre una hoguera de llama viva. Junto a ésta, un hombre pequeño y mal encarado, sin afeitar y cejijunto, parece recibirnos fríamente. En cuclillas y con un palo revolvía los leños que ardían dando calor a aquel enorme artefacto. Chus saluda, Amador gasta una broma y Martín penetra decididamente. Nosotros escrutamos todo aquello con extrañeza y con curiosidad. El rumor del río daba mayor misterio aun a la escena en aquel solitario lugar, lleno de sombras.

- Aquí... -Me presentaron a aquel hombre que ahora, cerca de él y una vez incorporado, me pareció hombruco.
- Nino, el alquitarero del Puente de San "Caetano". Este es un chamizo que está construido aprovechando un ojo del antiguo puente de San "Caetano". Fíjese...

Efectivamente. Aquello que nos había parecido infernal, por su extraño abovedado, por su negrura, por todo cuanto allí había, no era más que una pequeña fábrica de aguardiente del país.

Aquella enorme caldera que llevaba a una de sus asas una gran cadena, era una especie de alambique, llamado alquitara, donde el orujo de la uva suda a fuerza de fuego y suelta su última gota, convertida en riquísimo aguardiente lebaniego.

Aquella cadena que del marco de la puerta iba a la caldera, era una especie de precinto que el Estado pone a esta clase de industrias para hacerlas tributar.

Efectivamente, Nino había instalado su alquitara en el ojo del antiguo puente de San "Caetano". A Nino acuden los cosecheros que ni tienen alambiques ni cuentan con alquitaras. Le llevan todo lo sólido de la uva después de haber fermentado ésta y haber soltado hasta la última gota de vino. Y Nino hace de aquellos residuos del vino (piel y rabo de uva) el rico aguardiente del país de Liébana. Alquila su alquitara a estos cosecheros, trabajándoles él el orujo. Y sacando cuartillas y más cuartillas de aguardiente, así se pasa Nino, el del puente de San "Caetano", todos estos meses de recolección.

- ¿Y esta visita a qué obedece? -preguntó malicioso y escamado Nino.
- Venimos a anunciarte -le contestó Amador con esa gracia peculiar en él, todos los días a las siete de la tarde.
- ¿A denunciarme...? ¡No me geringues, tú!

Todos rieron la mala interpretación de Nino, que pasó un mal rato considerándonos investigadores o agentes de contribuciones. Afortunadamente para él y para nosotros, fue muy breve el engaño y, ya presentados nosotros, nos acercamos al hogar donde descansaba la alquitara y por recomendación de Martín nos pusimos todos en cuclillas para evitarnos las molestias del humo. Charlamos allí un gran rato. Bebimos orujo casi caliente y oímos a Nino.

-¡Ah! Con que usté es ese de la Vuelta a Cantabria. ¡Bien, hombre, bien...!

Nino respiraba ya normalmente. Los demás reían; unos y otros se restregaban los ojos, que lloraban por el mucho humo que hacía irrespirable la atmósfera del ojo del puente de San "Caetano".

- "Pus" carita me costó la tal Cantabria. Aquel día perdí un jornal y me gasté otro. Y "tóo" por "vela". Y me gustó. No quedé "desagradecío"... Di gusto al cuerpo y ya no me muero sin ver a esos muchachos, que "amontoaos" sobre dos "arrueas, ricorren" y "ricorren" lo que ellos "ricorren".

Otra copita y nuevamente nos hicimos a la calleja, envuelta ahora por una negrísima noche. Martín repite su servicio de guía, tan útil como indispensable, y no tardamos nada en vernos en tierra conocida y bajo los arcos de la plaza. La tienda de Chus nos acogió hospitalaria. En ella comentamos las incidencias del día. Por centésima vez nos colocó Amador aquel "No vayas, hija, no vayas, que te van a conocer...". El último carro de uva chirriaba subiendo calle del Doctor Encinas arriba.»


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