"Historias"

Panfiluco

Una historieta escrita por Ildefonso Llorente que se publicó en 1901. Una historia con minúscula que discurre en la zona de Villaverde de Liébana.

" I

La helada fué terrible: más aún que las de las cinco noches anteriores: helada negra, como en los pueblos de Liébana se dice, cuando hiela sin que en el suelo queden señales de escarcha. El termómetro en la antecocina de mi casa marcaba doce grados bajo cero; y solo el pensamiento de tener que aventurarme á soportar en preciso viaje fríos tan horribles, me hacía tiritar y (aún cerca como estaba de la llama y las brasas del fogón) sentirme falto de alientos y aterido. Pero no había remedio; me urgía estar muy temprano en los límites del país lebaniego con la provincia de León; y bien abrigado con ropa fuerte todo el cuerpo, y resguardados cabeza y rostro con un gorro de pieles de los por allí nombrados pasapuertos, cabalgué en un potranco muy peludo, y á poco de amanecer llegué á casa de mi conocido Panfiluco, de quien nadie se acuerda, en Villaverde, pueblo en el extremo Sur del valle de Cereceda.

Templados pronto mis entumecidos miembros, gracias al calor de la hoguera que ardía en el hogar de Panfiluco, salí á despachar el negocio que en casa de otro vecino de aquel pueblo me precisaba resolver; y cuando media hora más tarde volví á casa de mi huésped, hallé á este muy risueño, limpiando (con el tapete de bayeta verde que cubría una mesita en la sala) un excelente revólver.

Panfiluco era un infeliz de cortísimos alcances, aunque se jactaba de muy lince; y como desde que era niño, y sin saber por qué, se había enamorado de ciertas ideas políticas, leía con afanosa delectación los números de un periódico defensor de aquellas ideas, los cuales números, siempre con diez ó doce días de retraso, le enviaba un su amigo residente en otra aldea del valle. Pero no se dedicaba á leer para luego formar de lo que leía un juicio desapasionado, no; no se molestaba nunca en discurrir por su cuenta; lo que hacía era tomar por acertadísimo cuanto en el periódico veía impreso, creyendo verdades inconcusas las carocas de que el periódico frecuentemente estaba lleno.

— "Cuando vengan los nuestros..."

— "Dícese que los nuestros vendrán pronto".

— "Los nuestros vienen ahora, de seguro."

Tales, y otras parecidas, eran las frases con que Panfiluco manifestaba el efecto que en su ánimo la lectura aquella producía.

Tenía yo por costumbre sonreirme al oír sus comentarios, sin alentarle ni contrariarle, porque una cosa y otra eran inútiles para con un hombre tan obsesionado; y sin más motivos, me creía el buen Panfilo completamente identificado con él en pensamientos políticos.

— Con que, ahora va de veras, ¿eh?— me dijo al verme á su lado.— ¡Contra!, ya era tiempo que viniesen... No, no se ría usted, haciéndose el reservado; para conmigo no valen disimulos. Ya estaba yo en que habían de venir, y sin tardar, ¡contra!, sin tardar. ¿Cree usted que no saco meollo á la lectura que hago? Aquello que el mes pasado habló el periódico acerca de la "situación insostenible", y lo que en la última semana dijo de si estaba ó no estaba latente la crisis, ¡contra!, todo ello me hacía estar ya sobre aviso; pero cuando hoy amaneció y me encontré con que, sin temor al frío, ha venido usted tan de madrugada y tan apresurado á estos apartados pueblos, ¡contra!, yo dije para mí: "¡pues esto va que vuela!", y he preparado el revólver, y aquí le tiene usted bien limpio.

— Pero, Panfiluco, si mi viaje es motivado por asuntos personalísimos y de extrema urgencia, créalo usted; nada tiene de común mi viaje con las cuestiones políticas; y en todo caso, ¿á qué fin prepara usted el revólver?

— Porque nunca he disparado un tiro, ni sé como se maneja esto, ¡contra!; y quiero que usted me enseñe cómo se ha de hacer la puntería; pues si vienen de un día á otro los nuestros, como por todo lo relatado lo presumo, si es que no han venido ya, y usted me lo calla por no impresionarme con la noticia de repente, porque conoce mi genio vivo y mi entusiasmo, tendremos que andar con los contrarios á tiros, y, ¡contra!, quiero hallarme prevenido en regla para el caso.

— No píense usted en eso, Panfiluco, y deje para ocasión oportuna el recibir lecciones de tiro al blanco. Ni hay la necesidad de ello que usted cree, ni ya puedo yo detenerme aquí más tiempo.

— Bueno que usted no se detenga, sí el estar aquí le hace mal tercio; pero iremos juntos ¡contra! para que en el monte, donde nadie nos estorbe, sea de necesidad ó no á la hora de ésta, me enseñe usted á disparar bien el revólver. No me diga usted que no, ¡contra! porque con su negativa nada puede adelantar. Yo soy así: estoy en que he de ir, y voy; y cuando venga lo esperado, que ya no estará lejos, ¡contra! ya verán los contrarios quien soy yo, y quién maneja el tinglado de la cosa pública en el Municipio. Con que, cuando usted quiera, cabalguemos, y á quitarnos el frío caminando, ¡contra! Ante tal obstinación, tuve que acceder á que me acompañara Panfiluco.

II

Por el ribazo de una grande montaña, entre cuyo espeso arbolado tienen habitual guarida jabalíes y osos, y donde he tenido la satisfacción de asistir á memorables cacerías, fuimos Panfiluco y yo ginetes en nuestros potrancos, los cuales, resbalando á cada paso en el helado y desigual pavimento del estrecho caminejo, nos exponían á caer y rompernos, si una pierna ó los dos brazos no, seguramente el cráneo, sí.

Consolábanos del inminente peligro el placer de considerar que los continuados brincos y arrodillamientos de las cabalgaduras, aunque nos maceraban atrozmente el cuerpo, ahuyentaban con el mismo golpear el frío que invadir nuestros miembros pretendiera, realizándose así lo de que "no hay mal que por bien no venga".

Llegamos así á Vejo, donde necesitaba yo hablar pocos minutos con un vecino de la aldea; y despachado el asunto, volví pronto donde Panfiluco me esperaba, caminando luego silenciosos por un caminuco arriba, en dirección al Norte, hasta llegar á un sitio de la montaña donde hay una regular planicie.

El tiro al blanco, según habíamos convenido, había de ser allí; pero dejando al cuidado de Panfiluco hacer los preparativos, púseme á contemplar el delicioso panorama, que en todo tiempo desde aquellas alturas puede la vista escudriñar. No sé el tiempo que así estuve embelesado, hasta que oí á Panfiluco gritarme:

— Pero, ¡contra! ¿Qué hace usted ahí, como pasmado, mirando lo que un sin fin de veces ha visto y revisto antes de ahora? Sí esa es la prisa que usted tiene, ¡,contra! no sé cómo será el estar despacio. Tome ejemplo de mí, que todo lo he dispuesto ya bien, para que disparemos el revólver.

¿Ve usted aquella cosita blanca en el tronco de aquel árbol, allá enfrente? ¡Contra! no se ve mucho, ¿verdad? no más que una motuca. Pues que lo crea usted, que no, es un papel: una hoja que, al tiempo de salir de casa, arranqué del doctrinario que lleva mi repazuco á la escuela; y desde este hoyo que he escarbado en la nieve con los tarugos de mis albarcas, dispararemos el revólver. Hasta el árbol en que he puesto el papelillo no he medido más que ochenta pasos.

— Panfiluco, ¡hombre de Dios! ¿pero usted sabe lo que es esa distancia para un disparo de revólver?

— ¡Contra! no lo sé, ya lo dije esta mañana; pero ahora va usted á enseñármelo.

— Pues bien: le enseñaré á usted, sí, señor. Venga el revólver; y ahora mire usted bien lo que hago, y atienda mucho á lo que digo. El cuerpo perfilado así: el brazo derecho caído naturalmente á lo largo del costado: con la vista se traza en el aire la línea que se quiere siga el proyectil; ahora, sin separar el brazo del costado, se alza ¿lo ve usted bien? el antebrazo, quedando la mano apoyada por su reverso en el hombro: se inclina con rapidez el revólver en dirección al blanco; y sin más detenciones, ¡púm!... ya está el papelito agujereado. ¿Otra lección, Panfiluco? Pues... ¡púm!... ya tiene dos agujeros el papel; y ¡púm!... ¡púm!... ¡púm!... ya tiene cinco agujeros. Vaya usted á verlo.

Corrió Panfiluco á examinar el papelillo, y gritó:

—¡Contra! ¡Pues si está el papel que parece una carátula, con ojos, narices y boca y todo! ¡Y allá se ven adentro por los agujeros los balines! ¡Contra qué puntería! (1).

— Ahora, Panfiluco, dispare usted la cápsula que aún queda.

— Pues allá va... ¡Contra!...

Y sonó el tiro, y retumbó, como á veinte pasos á nuestra derecha, un fuerte taco redondo, salido de la boca de un aldeano que subía á cortar leña. ¡La bala, en vez de ir al papelillo, fué por muy diferente vía á pegar en el hacha, que el leñador llevaba al hombro!

— Ahora mismo voy á contárselo á la pareja de Guardias civiles que está en el pueblo. ¡Barajules! que me han mellao ustés el hacha, y me han querío matar. ¡Ya lo verán ustés presto!

Y retrocedía monte abajo el leñador; pero le detuvo Panfiluco, díciéndole:

— No seas tan súpito, ¡contra! y atiende. ¿Qué te cobrará el herrero por arreglar el hacha?

— Lo menos cinco ríales, ¡barájules!

— Algo caro es; pero toma esta pieza de dos pesetas ¡contra! que no tengo aquí más. Y cállate, y el domingo pásate por mí casa y te daré de merendar ¡contra! Ya sabes que soy así.

— Bueno; pero, por lo tocante al susto que me han dao ustés, tienen que completarme estas dos pesetas hasta un duro ¡barájules! que no es mucho pedir.

Arañé yo mis bolsillos; y entre monedas de plata y perros chicos pude reunir trece reales, que dí al hombre. En seguida me despedí de Panfiluco, monté á caballo y marché camino abajo. Pero apenas anduve veinte pasos, oí que Panfiluco me gritaba:

— Que no se olvide usted de avisarme con tiempo ¡contra! en cuanto vengan los nuestros.

— Cuando vengan ¿eh? ¡Ay Panfiluco, los nuestros, los nuestros, que eran los moníses, se han ido con el leñador, para nunca más volver!

— ¡Contra! pues estoy por creer que no va usted descaminado: que "esa es la fija".

Y no habló más Panfiluco, ni luego he vuelto á verle yo en ninguna parte".

Ildefonso Llorente Fernández, 1901.

(1)- (En Potes vive D. José María Rábaga, que el año 1871 en el sitio indicado, me vio con cinco disparos de revolver, á ochenta pasos de distancia, agujerear cinco veces el forro de un librito de papel de fumar. Hoy ya me tiembla el pulso y no veo... más allá de mis narices).

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