"Historias"

La viuda espabilada

En este apartado de "Hstorias" contamos historias con minúscula, historias de la vida cotidiana, anécdotas, relatos o curiosidades de Liébana.

"Al comenzar el segundo tercio del siglo XIX—y esto es historia exactísima,—vivían en la aldea llamada Turieno tres hermanas á quienes sus padres habían enseñado á conocer bien la útilísima flora lebaniega, conocimiento que prácticamente habían ellos adquirido de un pariente farmacéutico. Para el transporte de los vegetales que recolectaban, tenían una borrica.

Y habiendo quedado viuda la madre de las tres muchachas, que no era tonta ni nada que lo pareciese, en cuanto vio, cierto domingo por la tarde, que á la mayor de sus hijas bailó en el corro, un mozo del mismo pueblo, y el cual luego estuvo platicando un rato con la chica, cuando al anochecer se retiraban á casa, salió al encuentro al muchacho á la vuelta de una esquina y como por casualidad.

Detúvole, endilgándole con alhagüeña entonación un "¡Buenas tardes, chacho!" Contestó al saludo el mozo; preguntóle ella si había "sacado algo qué" de su trabajo en el verano; respondió él que "así..., así...", y entonces la viuda creyó llegada la ocasión de poner fin á las preguntas y enderezar una melosa plática al muchacho.

Empezó, pues, alabándole mucho por el amor que al trabajo demostraba el chico. Aseguró que ella y todos los vecinos teníanle en estimación, por lo bien y pronto que amañaba en el monte y conducía á la aldea grandes coloños de leña, cuando así era menester. Ensalzó los bríos con que el chico manejaba el azadón en las viñas, cuando los propietarios le llamaban á jornal. Dió por cierto que no había en todo el valle de Varó, ni quizánes en toda la provincia de Liébana otro mozo de más buena ley para el trabajo, ni más merecedor de hallar para casarse una mujer hacendosa y de buen ver que le cuidara y le ayudase á pasar la vida en paz y en gracia de Dios, ahorrando algunos cuartucos "por un por si acaso" para la vejez ó al tanto de una enfermedad ó malos tiempos.

Afirmó que, si él quisiera, podría vivir como un Señor, trabajando por cuenta propia en buscar y recoger, entre riscos y por cumbres y barracones yerbas y plantas y flores y raíces para surtido de boticas, lo cual que ella, tan cierto como que le estaba hablando, no tendría inconveniente en enterarle dónde, en qué tiempo y qué plantas debía recolectar, aunque por interés propio debería guardar para sí sola y sus hijas el secreto. Juró, por último, que, si al mozo prometía ella revelárselo y hacerle participar de los beneficios de la explotación botánica, era, no más, porque le había tonado cariño al verle tan de buen aquél, y tan trabajador, y tan sanóte y temeroso de Dios.

Con este discurso, pronunciado con rapidez, y sin casi hacer la necesaria pausa para renovar el aliento, puso al mozo tan propicio á seguir al pie de la letra los consejos que la buena viuda quisiera darle, que en al acto pretendió el bonachonazo enterarse de qué yerbatos eran aquéllos que en las boticas compraban.

Pero á esto la viuda consejera respondió que ya veía él que en este mundo al que algo quiere algo le cuesta; y que dar á los extraños lo que debe ser, no más, de la familia, no parece cosa de razón. Pero que todo, menos librarse de la muerte, puede en este mundo tener amaño y conseguirse, y que si bien el mozo era un extraño, con todo y con eso la que le estaba hablando podría darle cuantas noticias de flores y raíces fueran necesarias al caso, sin que por ello dejara de pertenecer el secreto á la familia de la viuda; pues si la hija mayor allí presente gustaba de veras, como parecía gustar al mozo, con la bendición del cura podía todo quedar pronto arreglado. Tocante á ella, pobre viuda, como ya tenía otras dos mozas espigaditas y trabajadoras como ellas solas, se dedicaría á cultivar hortalizas en la aldea o á ganar jornal azadillando, acompañada por las chicas las tierras de los vecinos, en el tiempo y sazón de ello. Y como dote de la hija, que recibiría el mozo desde el día mismo de verificarse el casamiento, le dejaría la borriquilla, que era de lo que no había, para que con el animalejo se candease y pudiera el chico dedicarse á la busca y transporte de los productos botánicos, que, por su salud lo juraba, eran un verdadero Potosí, para el aquél de poder arrimar diariamente á la lumbre un pucheruco con algo de substancia que tomar al mediodía. Resultado de toda esta conversación fué el matrimonio de la hija mayor de la viuda con el aludido mozo, quien el día de la boda, realizada cinco semanas después de haber bailado en el corro con la muchacha, recibió con aparejos y todo la prometida borriquilla, en calidad de dote matrimonial ofrecido para la novia por su madre.

Medio año después, la ya suegra notó que á su segunda hija solía entretener, hablando junto á los nogales de la bolera, á la hora de la tardecita, otro mozo, que también en el baile de los domingos elegía a la muchacha por pareja.

Pidió entonces la viuda al primer yerno, prestada para precisos quehaceres de unos días, la borriquilla; cogió luego al segundo novio por su cuenta, camino de la nogalera; le espetó un discurso parecido al que endilgó al obsequiante de la hija mayor; le ofeció también por dote matrimonial de la esposa la misma zarandeada boriquilla que dió al otro, y cuyo dominio afirmó haber recobrado mediante estipulación, que no había por qué especificar entonces; y ... se verifico sin perdida de tiempo la segunda boda, sin que las protestas y reclamaciones del primer yerno le valiera la recuperación de su borrica.

¡Que habían de valerle! Para evitarlo estaba la sagaz viuda, que con melosos engatusamientos le prometió no decir al nuevo yerno cuales eran y en qué sitios se producían la belladona y el arnica mejores y la digital de mayor precio, para que de este modo el que se quedara sin la borriquilla encontrara compensación ventajosa en la más útil explotación de la botánica.

Dos años mas transcurrieron, y el mozo que, siguiendo el ejemplo de los anteriores, dijo chicoleos a la menor de las tres hermanas, quedó por los mismos tramites, y gracias a la palabrería de la despabilada viuda, dueño de la borriquilla, como dote aportado por la muchacha al matrimonio.

Fué, pues, el pacientísimo animalejo la hacienda dotal de tres distintas novias ... ¡que al fin y á la postre perdieron todas aquel peliparduzco caudal! Pues la madre de las tres recién casadas recuperó pronto, en fuerza de argumentos, la propiedad exclusiva y el usufructo completo de la borriquilla, hasta que en la hora de la muerte declaró que dejaba en herencia la asna para la menor de las tres hijas, en razón á que el marido de ésta no había ganado aún lo suficiente para comprar, con el producto de las plantas medicinales, algún mulo; y los otros dos yernos ya tenían cada cual el suyo, y no necesitaban de la borriquilla para transportar genciana y culantrillo desde Liébana á las ciudades de Burgos, de Palencia y de León".

Ildefonso Llorente Fernández

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