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El último albarquero de Liébana

JUAN ANTONIO CIRES vendió su primer par de albarcas en 1950 y por él recibió cinco duros.

Tomado de El Diario Montañés, 31.10.2010 - Pedro Álvarez. Potes.

JUAN ANTONIO CIRES es uno de los últimos representantes de un oficio en vías de extinción: el de albarquero. Nacido en el pueblo de Lamedo (Cabezón de Liébana), una localidad que siempre ha tenido fama por las albarcas que hacían sus vecinos, Cires continua haciéndolas tal y como aprendió cuando era solo un chaval.

Nacido en 1931 en Lamedo, Juan Antonio recuerda que "éramos seis hermanos en casa y yo desde los tres años hasta que me casé, fui a vivir a casa de unos tíos. Mi padre, Pablo Cires, era un gran maestro albarquero, y cuando hacía las albarcas, yo siempre estaba atento a todos los detalles para aprender". En aquella época, en Lamedo había 32 hogares abiertos y en todos ellos los vecinos hacían albarcas. Era una actividad que se realizaba durante todo el año. Según dice Juan Antonio, "las albarcas se bajaban a vender los lunes al mercado de Potes, y además, cada año había dos citas obligadas en la provincia de Palencia: la feria de San Miguel, en Aguilar de Campoo, donde se llevaban en el carro hasta 500 pares de albarcas para vender, y la feria de San Martín, en Cervera de Pisuerga". Junto con las albarcas, también se llevaban a vender traviesas y barandillas y se traía harina, aceite o vino, productos necesarios para la subsistencia de los vecinos.

Los vecinos de Lamedo acudían al bosque de hayas que hay junto al pueblo para cortar la madera con la que trabajaban. Juan Antonio recuerda que "al monte se iba con hachu, azuela, barrenos y legras para hacer las albarcas y con la ayuda del tronzador se cortaba el tronco del haya. Había que esconderse de los guardas para poder cortar la madera. En una semana, a mi padre le cogieron dos veces, y tuvo que pagar una multa de 500 pesetas".

Con luna menguante

Los vecinos cortaban la madera con la luna en menguante, porque se conservaba mejor la madera. La mejor madera es la de las hayas gruesas y sin nudos. "Cuando un haya es buena, hay que echar fuera el "corazón", porque la madera enteriza con corazón, siempre se rajaba", explica Juan Antonio. Las hayas se arrastraban con la ayuda de la pareja de vacas y más tarde se hacían tacos, que se trasladaban con el carro. De cada taco salía un par de albarcas. "Ahora, de un taco salen tres pares de albarcas", apunta el albarquero de Lamedo quien recuerda que su padre "salía por la mañana de casa al monte y regresaba por la tarde con siete pares de albarcas ya ahuecadas, para poder trabajarlas en el taller".

Todos los años los vecinos de Lamedo cogían una subasta de hayas, en los montes de Lluevas, Triguez o Joya Oscura, con el compromiso de entregar unas traviesas. "En aquella época las albarcas estaban muy solicitadas, y en una ocasión, Obdulio Fernández, un vecino de Porrúa de Llanes, en Asturias, encargó a mi padre 1.000 pares de albarcas. Mi padre, llegó a vender albarcas para Méjico", señala Cires.

En la actualidad, Juan Antonio Cires confecciona un par de albarcas a la semana, en un proceso artesano que ha permanecido prácticamente intacto desde hace siglos en Lamedo. "Las maderas que utilizo para hacer las albarcas son de haya, abedul y nogal y también de un árbol que aquí en el pueblo llamamos samapul", explica.

Juan Antonio Cires construyó sus primeras albarcas cuando era sólo un niño y con 19 años, en 1950, vendió su primer par en el mercado de los lunes de Potes. Le pagaron cinco duros. Ahora, Cires vende el par a 100 euros.

Para construir una albarca, hay que buscar el taco apropiado, se le va dando forma con ayuda del hachu, para después llevarle al banco de trabajo, donde se utiliza la azuela para completar la forma de la albarca. Después, se pone la albarca en una mesa de madera, donde se ajustan en los laterales dos pinas de madera, para poder barrenar el interior con la ayuda del barreno. "Es uno de los momentos más delicados, porque puede llegar a rajarse la madera. Seguidamente, con ayuda de la legra, se va limpiando el interior", señala Cires, quien explica que para completar el proceso la albarca se lija, y por último, se dibuja aplicando después un barniz. Antiguamente, las albarcas se tostaban aplicando leche de vaca recién parida y se colocaban junto al fuego, para que tuvieran un color característico, ya que adquirían un tono rojizo.

En Liébana, cada parte de la albarca tiene un nombre característico; así, el "papu" es la parte delantera inferior; la "boca", la abertura de la albarca; la "casa", el lugar donde va encajado el pie; la "pezonera", donde van los tarugos, y los "tarugos", los soportes de madera que se colocan a los tres tacos inferiores de las albarcas.

"Haré albarcas mientras me lo permita la salud, y sobre todo, la vista. Siento que nadie quiera continuar con la tradición en un pueblo donde siempre se hicieron, y sobre todo, porque soy consciente de que conmigo se cierra un ciclo artesanal", lamenta Juan Antonio.

En el Diario Montañés

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