En la producción de orujo en Liébana hay una fecha que marca un antes y un después: 1986. Ese año entró en vigor la Ley 45/1985, de Impuestos Especiales, que prohibía la utilización de alquitaras móviles en la producción de bebidas alcohólicas. Dado que éste era el medio utilizado hasta entonces para producir el orujo de Liébana, la Ley podía suponer la desaparición de la elaboración de esta bebida. Sin embargo, los lebaniegos supieron adaptarse a la nueva normativa y se establecieron una serie de industrias orujeras, con alquitaras fijas, que continuaron con la producción. Aquí vamos a centrarnos, sin embargo, y, sin remontarnos mucho, en el antes. ¿Cómo se producía el aguardiente hasta 1986?
Lo primero que hay que hacer constar es el alto número de productores que existía. Se daba, por aquellos años (primeros de la década de 1980), la cifra de 400 elaboradores, con una producción de unos 60.000 litros anuales. Se trataba, pues, de pequeños productores que destinaban el orujo producido al consumo familiar o de amigos y pequeñas ventas. Para la elaboración, las alquitaras pasaban de una casa a otra, prestadas o alquiladas por sus dueños. La culminación de la destilación se celebraba con la reunión de los vecinos para celebrarlo. De todo ello da buena cuenta este reportaje de Mann Sierra publicado en La Revista de Santander, en 1985.
La destilación del orujo lebaniego ya se había identificado como una de las grandes tradiciones cántabras a conservar, cuando, en 1970, se consideró oportuno dar a conocer cómo se realizaba durante la celebraciónn del "Día de La Montaña" en Cabezón de la Sal. Hasta allí se desplazaron unos lebaniegos que quedaron inmortalizados en esta foto del Ayuntamiento de Cabezón de la Sal, que tomamos de la web "La Huerta de Jovita".
La elaboración tradicional del orujo ha quedado reflejada, incluso, en obras literarias. Los fragmentos que a continuación recogemos pertenecen al capítulo, ambientado en Espinama en 1974, de la novela "La efímera vida de Nastasia", a cuyo autor, "Camargo Rain", debemos las fotos que lo acompañan:
"Allí la señora nos dijo,
–¿No van ustedes a ver lo del orujo? Ahora es la época. En la casa de al lado lo va a hacer mi hermano. ¿Quieren ir a verlo?
Lo del orujo era que lo destilaban.
–Seguro que no sabes qué es destilar.
–No.
–Bueno, pues ahora vamos y nos lo enseñan.
–¡Ah!, pues llegan ustedes un poco pronto, no empezamos hasta las cinco de la mañana, ahora estaba yo preparándolo... ¿Querían comprar algo? ¿De dónde son ustedes?
Estuvimos un rato viéndolo todo, y luego nos volvimos a casa porque ya era muy tarde y había que cenar. Como allí se comía tan bien no perdonamos ni una comida, y además Juanito era un gran comilón y decía que era pecado hacerlo".
Y sigue poco después:
Llegamos a otra casa, al bajo de otra casa. Era como el garaje pero no había coches. Lo que había eran muchos trastos, montones de leña cortada y un señor mayor que estaba zascandileando por allí.
"–Jo, hazme eso –porque mi madre tocaba la cabeza que no era normal, te quedabas sopa sin remedio, de forma que nos quedamos dormidas en cuanto nos metimos en la cama, dormimos toda la noche de un tirón, y al día siguiente nos levantamos muy temprano y fuimos a ver aquello del orujo.
Tenía que ser temprano porque era el momento en que todo ello se llevaba a cabo. Los que lo hacían, que eran tres señores del pueblo que estaban muy contentos y venga a frotarse las manos, empezaban por la noche y seguían así durante todo el día.
–¿Cómo se llama eso?
–¿Eso...? Pues eso se llama "alquitara". ¿Ves que tiene fuego debajo? Hay que alimentarlo todo el tiempo para que no decaiga.
–¿Y eso?
–¿Eso...? Oye, ¿cómo se puede llamar esto? –y lo tocaba.
Por allí hubo un momento de duda y confusión.
–Pues no sé. ¿Cómo lo llamas tú?
–Pues se llamará canilla.
–¿Canilla? No creo; eso es lo de las barricas de vino.
–Pero es lo mismo.
–¿Lo mismo...? Piensa, hombre, que la niña quiere saber cómo se llama –y yo me sentí aludida.
–No, si da igual...
–¡No, mujer, qué va a dar igual!
... pero se les olvidó, y luego nos invitaron a probarlo. Metían una copa, como las del coñac que bebía mi padre, en el chorrito que salía por... ¿la canilla? Sí, eso. Pues ponían una copa, dejaban que cayera un poco y nos lo daban. El primero que lo probó fue Juanito, y dijo,
–¡Está buenísimo!, ¡probad, probad! –y les daba a Mairena y a mi madre.
Ellas bebieron y dijeron lo mismo.
–¡Qué bueno...! –y se relamían.
Como hacía mucho frío, porque afuera estaba medio nevando, íbamos todos muy abrigados y aquello nos sentó de miedo.
–¿Puedo probar yo?
–Bueno, pero sólo probarlo, ¿eh? –y a mí me supo un poco raro.
Sólo me mojé los labios, puse unas caras rarísimas y lo dejé; los demás se rieron.
–Está fuerte, ¿verdad?, porque esto no es para niñas. No, que esto es para personas mayores, pero no te preocupes que no te va a sentar mal, todo lo contrario –y así fue.
Cuando salimos de allí, al cabo de una hora y con unas cuantas botellas que compró Juanito metidas en una bolsa, íbamos todos contentísimos y nos fuimos a desayunar otra vez".
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Fotos de la fiesta del Orujo, en 1994.