"los lebaniegos hacen tres clases de vino. El Tostadillo, color hermoso de topacio, tónico, fortificante, aromático, que no teme competencia con los mejores vinos andaluces, y que puede gloriarse de no tener más sustancias que el zumo de las uvas del alba, y aun de algunas nerucas: á no dudarlo, es uno de los más ricos productos de Liébana. Para hacerle se escogen en los días próximos á la vendimia los racimos mejores de las expresadas excelentes yendas, ó clases de uvas; se cuelgan en sitio ventilado; y cuando, pasadas algunas semanas, han perdido la humedad, se desgranan, se estrujan ó prensan, y resulta el riquísimo vino, que puede conservarse muchos años, y que allí mismo, en Potes, suele venderse á sesenta y setenta pesetas la cántara. Cuando en una casa se celebra algún santo ó cumpleaños, cuando se han leido en la iglesia las amonestaciones para alguna boda, cuando... ¡hasta cuando ha muerto alguien de la familia! el tostadillo está allí, para obsequiar a la multitud de visitantes de ambos sexos y de todas edades, que acuden á felicitar y dar enhorabuenas en unas ocasiones, ó á participar de la comida de pésame el último día de funerales otras veces. Nadie hable del Málaga, ni del Peralta, ni del Jerez, ni de ninguno de los afamados vinos españoles ni extranjeros: una copa, una copa no más, del tostadillo de Liébana, es siempre mejor recibida que una botella de esos otros. Y por cierto, que no he podido nunca comprender por qué razón los lebaniegos no hacen más vino de esta clase, y he indicado muchas veces, pero siempre en vano, á mi familia la conveniencia de hacer mucho tostadillo; pues aunque las uvas preparadas para ello producen tan sólo una tercera parte del mosto que dan recién vendimiadas, hay y habría siempre la ventaja de más duración y de muy considerable aumento en el precio que luego adquiere este vino, mientras que solamente vale de 5 á 8 pesetas cántara el mejor vino común de Liébana.
Este, llamado de yema, y que tiene un delicioso sabor agridulce, se hace echando en grandes tinas las uvas recién traídas de la viña, procurando antes los más cuidadosos cosecheros desgranar los racimos, á fin de que el rampojo no haga el vino demasiado ácido. Una vez las uvas en la tina, entra en ella un obrero desnudo por completo; y dicen que las pisa, cuando la verdad es que las uvas le estrujan á él por todos lados, pues está metido entre ellas hasta el cuello. Pero, al fin, el obrero allí brinca, baila y... hace todos los movimientos de que ha menester, ó que le placen: después de lo cual, sale de la tina con la seguridad de que aquel baño de mosto, que ha recibido, no le proporcionará muchos dolores reumáticos. Algunos viticultores hacen repetir varios días la operación de pisar; otros no; y en casa de mis hermanos, en vez de tapar las tinas con mantas, como hacen muchos propietarios, se tapan con una cubierta de madera herméticamente ajustada con un cemento especial, y poniendo en el centro de la tapa un aparato de latón, que permite salir los gases de la tina, sin que en ella pueda entrar el aire atmosférico. Doce ó quince días después se procede á la operación de la desvina, que consiste en dar canilla, ó destapar el orificio que las tinas tienen en su parte inferior; y por allí sale entonces, limpio, hermoso, trasparente, el vino de yema, que se deposita en cubas ó carrales, como allí más se dice. De este vino se hace luego mucha exportación para Santander, y de allí para la isla de Cuba, donde con razón es preferido al Burdeos.
El de lagar es más descolorido y más ácido. Se hace sacando de la tina las uvas fermentadas que allí quedan, después de salir el de yema, y prensándolas en el lagar, ó en la lagareta, que es un lagar pequeño. De este vino, recolectado siempre en pequeñas cantidades, no se hace exportación,y se destina para los obreros.
Del orujo hacen también los lebaniegos abundancia de aguardiente de diversos grados; y los que de ello entienden, aseguran que es un excelente alcohol".
Ildefonso Llorente Fernández, "Recuerdos de Liébana", Madrid, 1882.
Enlaces relacionados
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