Desde la antigüedad, el ser humano se ha preocupado por sus difuntos y lo ha hecho de modos que han ido evolucionando. Vemos algunas de sus manifestaciones en Liébana.
De hace unos 7.000 años son las estructuras megalíticas más antiguas estudiadas en el yacimiento de la Peña Oviedo (Los Cuetos, La Calvera y Pedresites), en el municipio de Camaleño. Se trata de túmulos y dólmenes que habrían servido de enterramientos. No son los únicos localizados en Liébana ya que en el inventario arqueológico de Liébana que publicó Agustín Diez Castillo en 1993 se incluyen otros en Jelecheo (Aniezo); Áliva; Pasaneo, El Espino, Taruey, Los Llaos y El Molín de los Moros (Bedoya); Camponuera (Caloca), Los Corros y Palmedián (Bores, Enterrías y Dobarganes), Castrejones (Campollo), Prao del Toro y Los Llanos (Toranzo) y Majada Nueva (Campollo/Maredes). Las cámaras funerarias, que se identifican en algunas de estas estructuras, son, probablemente, los restos más antiguos que se conservan en la comarca de lugares de enterramiento.
Más cercanas en el tiempo, ya de época romana, son las estelas halladas en Luriezo, Bores, Lebeña y Villaverde. Se trata de lápidas funerarias dedicadas, respectivamente, a difuntos de 60 años (por sus hijos), de 25 años (por su madre, parece), de 75 años y de 25 años (por su padre). En el caso de la de Lebeña, del fragmento conservado no se puede determinar quién es quien se la dedica. Sirva como ejemplo de su texto el de la de Villaverde: "A los dioses Manes. Antestio Emilio puso (este monumento) a la memoria de su hijo Antestio Patruino, de veinticinco años. En el año 392 de la era consular" (equivalente al 354 de nuestra era).
Con la llegada del cristianismo, a partir del siglo VIII, los enterramientos pasan a realizarse en torno a las iglesias. Hasta cuatro razones se dan para ello: la cercanía a Dios; «porque aquellos que vienen a las iglesias cuando ven las fosas de sus parientes o de sus amigos se acuerdan de rogar a Dios por ellos»; para que el santo a quien está dedicada la iglesia ruegue por los enterrados en su cementerio; y «porque los diablos no han de poder de llegarse tanto a los cuerpos de los muertos que son soterrados en los cementerios como a los que yacen de fuera». Estas justificaciones se recogen en leyes como las Partidas de Alfonso X El Sabio, del siglo XIII, rey que avaló los enterramientos junto a las iglesias «y no en lugares yermos y apartados de ellas, yaciendo soterrados por los campos como bestias». Otra razón era facilitar el traslado al cementerio tras los oficios en la iglesia.
De este modo, la mayoría de las numerosas iglesias y monasterios que, desde los siglos altomedievales, proliferaron en Liébana tuvieron junto a sí el cementerio. Se han descubierto necrópolis de sepulturas de lajas en muchos lugares: Buyezo, Frama, San Andrés, Baró, Besoy, Bodia, Cosgaya, Enterría, Lomeña, Bores, Campollo, Maredes, Pollayo, Porcieda, Tudes, Valmeo, Potes... El parque Jesús de Monasterio de la capital lebaniega está sobre el amplio cementerio que ahí existió.
Al final de la Edad Media, los enterramientos pasan a realizarse en el interior de las iglesias, algo que, hasta entonces, estaba reservado a reyes, obispos o personajes de muy alta alcurnia, aunque en algunos lugares, donde ésta resultara insuficiente, seguirían realizándose también en el exterior.
Hay que esperar hasta 1787 para que, con el avance de la Ilustración, el rey Carlos III prohibiera los enterramientos en el interior de las iglesias, con algunas excepciones. En Liébana pasarán aún años antes de que se ponga en práctica la prohibición y los enterramientos siguieron dentro de las iglesias. El año 1855, con la epidemia de cólera que afectó a Potes y Espinama, fue clave en el abandono definitivo de esa práctica y originó, incluso, el cambio de ubicación del cementerio de esta última localidad como contamos en esta otra píldora de historia.