Píldoras de Historia

Unas vacaciones de Navidad

20/12/2017

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En vísperas de estas fiestas, tan entrañables, de Navidad es tradicional la vuelta a la casa paterna de los estudiantes para pasarlas en compañía de la familia, como nos recuerda el clásico anuncio de turrón. Ya hace 140 años se hacía así en Liébana, aunque el viaje no era tan cómodo como hoy, según podemos comprobar en este texto publicado en 1908 en La Voz de Liébana:

Unas vacaciones de Navidad
(Recuerdos de hace treinta años)

De todos los recuerdos de mi vida de estudiante uno de los más hondamente grabados en mi memoria, es el de las vacaciones de Navidad a que estos renglones se refieren.

Era entonces el Colegio de la Encarnación de Llanes el centro de estudios de segunda enseñanza donde concurría la mayor parte de los jóvenes de Liébana. Estaban terminando, o para terminar, el Bachillerato, Ángel Lama, Pepe Carande, Benjamín G. de la Foz; llevaban allí algunos años Matías Ibáñez y Fernando Vez, y empezaban aquel año sus estudios Marcelino Cueto, de Tama, Pepe Bulnes y Andrés Pariente, de Bodia.

Las familias de todos estos muchachos decidieron que Hipólito el de Aliezo, que tenía un carrito con varias caballerías, fuera a Llanes a buscarlos a todos.

Apenas llegó Hipólito a Llanes celebró una entrevista con los estudiantes, para quedar de acuerdo respecto a la hora de la salida y plan del viaje. La mayoría era de parecer que se saliera el mismo día por la tarde para dormir en Unquera, pero después de consultar con el Director entonces del Colegio don Miguel Mantilla, se acordó salir muy temprano al día siguiente, pensando poder hacer la jornada en un solo día.

Madrugadores y puntuales los muchachos y con menos pereza para dejar las camas que otros días, salieron de Llanes cuando clareaba el alba y sin novedad hicieron el viaje hasta Panes, sin que el tiempo ni el camino se les hiciera largo ni molesto, pues ya se puede suponer que a su edad y yendo camino de sus casas a pasar las vacaciones de Navidad no faltaría alegría y regocijo.

En el carro se almorzó y se comió, por no perder el tiempo, pues los días eran muy cortos para tan largo viaje, y el tiempo se pasó alegremente con cuentos, cánticos, chistes y bromas, de las que hacía derroche el ingenio inagotable de Pepe Carande.

Ya en Panes, asaltó a los expedicionarios el temor de que oscureciera antes de llegar a La Hermida y a prevención compraron unas bujías.

Hasta aquella hora el día se había mantenido sereno, si bien con cariz amenazador que hacía temer próxima lluvia. No se hizo esta esperar y a poco de pasar el Puente Lles, comenzó a llover y a soplar con furia el viento en aquellas estrechuras de la garganta de La Hermida.

La noche había cerrado y la oscuridad era completa, sin que las bujías compradas en Panes sirvieran para nada pues la fuerza del viento las apagaba tan pronto como se encendían.

Los caballos rendidos ya del viaje, sin haber tenido descanso, arrastraban penosamente el carro, y se pensó en ver si podría llegar hasta la Hermida para hacer allí noche.

Pero el viento iba arreciando hasta convertirse en huracán y la lluvia aumentaba cada vez [más] haciendo peligroso el paso por la carretera, hasta el punto de que Hipólito al llegar a Urdón dijo que no creía prudente pasar de allí, y así se hizo.

Ni cama, ni cena había en Urdón para tanta gente, pero si la cena que se improvisó no era muy escogida, nadie le puso reparos, y si en cada una de las tres camas que había tuvieron que acostarse de tres en tres, ninguno protestó de la incomodidad.

La noche se pasó en vela, porque no era posible que el silencio durara diez minutos para poder conciliar el sueño. La noche fue de jarana y broma y a la mañana siguiente se continuó el viaje llegando a Potes cerca ya de medio día.

La fortuna se ha ensañado con algunos, para otros ha sido menos esquiva, y el tiempo y los azares de la vida los han esparcido a todos.

A todos sirvan estas líneas de recuerdo cariñoso de aquellos lejanos tiempos.

Uno de ellos.

El autor, aunque no se identifica más que con ese "Uno de ellos", probablemente sea "Pepe Bulnes", ya que José María de Bulnes, que posteriormente fue director del periódico, ya escribía en La Voz de Liébana aquel año 1908 en que se publicó el artículo.


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